Me despierto con la sensación de volar, de ligereza, de no tener peso, de ir a donde me lleve el viento. El lugar está obscuro y casi no puedo ver nada, pero a pesar de todo, no tengo miedo, simplemente quiero recordar cómo volar para después poder hacerlo cuando quiera.
Es curioso, de pronto entre toda esa obscuridad, alcanzo a ver una luz extraña, como distorsionada, y entonces me doy cuenta de que no estoy volando en el aire, sino flotando en el agua. Conforme se va aclarando todo un poco más, veo nítidamente el paisaje submarino que se presenta ante mis ojos. El mar tiene distintas tonalidades, en algunas partes se ve más obscuro, en otras de un tono verdoso y cerca de la luz de la superficie, color azul turquesa.
No siento ninguna clase de temor a pesar de que no sé nadar, por el contrario, me deslizo fácilmente por el agua como si ésta fuera mi elemento natural. Puedo dar vueltas y maromas con una habilidad extraordinaria, no me estorban los brazos ni las piernas, de hecho no los siento... ¿tengo brazos y piernas? creo que no, pero tampoco me importa, no los necesito. Ahora soy un delfín y el océano es mi hogar.
Me siento tan bien en ese lugar que quisiera llorar de alegría, esto debe ser la felicidad, pienso un momento. Y de pronto como un ángel acuático la veo a ella, a esa mujer enigmática y misteriosa cuya imagen me perseguirá de hoy en adelante, lo sé. Ni siquiera tengo un nombre para esa sirena del cabello de fuego... la llamaré simplemente Ella.
Ella es hermosa, una sirena que vive en el fondo del mar. Su cuerpo es, más que el de una mujer, el de una adolescente; tiene piernas como si fuera humana, de hecho todos sus rasgos son enteramente humanos salvo por el color azul de su piel, un azul muy tenue y un poco brilloso. Pero sin duda lo que más llama la atención de Ella es su cabello muy largo, rizado y de un color rojo cobrizo tan intenso, que rompe de manera imprudente con la gama de azules que conforman el cuadro marino. Su abundante melena se revuelve al rededor de su cabeza dando la impresión de ser los rayos del sol de su rostro. Sus ojos son claros, no puedo distinguir bien si son verdes o azules... creo que son un poco verdes, pero no importa porque su mirada sigue siendo la misma, una mirada dulce y comprensiva, esa clase de mirada que si uno ve en alguien después de un mal día, puede cambiar el estado de ánimo y hacer que uno piense: ¡Dios! después de todo el mundo todavía tiene algunas cosas rescatables.
Ella me mira tan apacible y tranquila, como si ya nos conociéramos. Me sonríe amablemente y puedo ver sus dientes blancos como perlas, dice algo que no entiendo muy bien y me hace señales con la mano para que la siga... y yo obedezco. No tengo ni la más remota idea de a dónde iremos, pero me inspira la confianza suficiente como para nadar hacia donde me lleve.
Después vuelvo a despertar, ya es de día y ha salido el sol. Siento mi peso de nuevo, tengo brazos y piernas, y ya no puedo dar volteretas ni hacer malabarismos como delfín. Es triste, hace rato había despertado en aquel lugar lleno de magia y ahorita estoy en otro muy diferente...¡Ah, qué desilusión! pero... ¿y si yo fuera realmente ese delfín que al dormir tuvo el sueño (o la pesadilla) de ser humana? no lo sé, espero que así sea para despertar otra vez en el océano.
Desde ese día dudo acerca de mi existencia, ya no sé si soy el delfín o soy la persona. Lo único que sí es seguro es que quiero que Ella regrese, que venga por mí, que me pida que la siga otra vez porque iría con ella de aquí hasta el fin del mundo.
(Dolores Garibay)
2 de mayo de 2007
ELLA
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