Desperté por el incesante llanto de una mujer. Me encontraba en una prisión donde difícilmente podía respirar o moverme, estaba atrapada en una obscuridad indescriptible y ni siquiera podía ver lo que había más allá de mi nariz.
El lamento de aquella mujer inundó mis sentidos contagiándome su terror. Me estremecí, ¿quién era ella, otra prisionera como yo? No sabía de donde provenía el llanto, aunque se escuchaba demasiado cerca, tal vez de la siguiente celda.
Por un momento pensé en ayudarla, pero la idea de alguien torturándola pasó por mi mente, mejor será no hacer ningún ruido y ningún movimiento para que el verdugo no note mi presencia, pensé.
La duda me asaltó de nuevo, está vez la sensación de terror era abrumadora... ¿quién sería la siguiente víctima para ser torturada o asesinada? ¿qué delito tan grave cometió aquella mujer para sufrir de esa manera? Y por primera vez cuestioné mi estancia en ese lugar ¿cuál era mi crimen para ser prisionera?
Escapar era mi última oportunidad para saber lo que había fuera de ese calabozo, la desesperación me hizo intentar derribar las paredes cubiertas de una humedad nauseabunda. La angustia me paralizó, ahora todo está perdido, pensé, cuando a lo lejos vi una luz. Para llegar a ella debía cruzar un túnel estrecho, no habría obstáculo que me detuviera, puesto que me había aferrado a esa única esperanza de salvación... y el lamento de la mujer era más fuerte cada vez y estaba enloqueciéndome.
Avancé unos centímetros hacia la luz que parecía más brillante, cuando escuché un grito lleno de dolor y desesperación, lo que hizo que abandonara mis ideas de libertad. La imagen del verdugo torturándome me llenó de pánico.
Estaba paralizada de miedo y de frío, pensé en regresar al calabozo ya que por lo menos ahí me encontraría a salvo. El aire se terminaba y mi angustia aumentaba. Por un momento pensé que estaba muerta, pero mi respiración jadeante y los latidos de mi corazón que me retumbaban en el cerebro como tambores, me aseguraban que seguía con vida ¿por cuanto tiempo más? Ya no podía razonar con claridad, quería llorar de impotencia, supliqué a Dios que el verdugo terminara conmigo rápido y sin dolor, no quería sufrir lo mismo que a mujer...
Se hizo más grande la entrada de donde venía la luz y ésta se volvió tan intensa que no se podía ver nada. Sentí que algo me tomaba de la cabeza y me arrastraba por el túnel, parecían los tentáculos de un pulpo gigante o alguna bestia mitológica sacada de un libro...
La sangre comenzó a correr por mis venas como aceite hirviendo, quería gritar de sólo imaginar que encontraría a la mujer destazada allá afuera. Ya no lloraba... el verdugo la había matado... ¡y ahora seguía yo!
Después no sé como explicar lo que sucedió, todo era muy confuso. Hacía frío y los tentáculos de la bestia sostenían todo mi cuerpo. Por fin pude llorar y gritar como nunca lo había hecho. Había mucha gente alrededor de mí y las luces eran cegadoras....
Poco a poco me tranquilicé. No había verdugo ni la mujer estaba muerta, tan sólo era el doctor entregándome en los brazos de mi madre.
2 comentarios:
¡Mis respetos!
Me parece un texto excelente y muy imaginativo.
¡Saludos!
Hola mi estimada Dolores; pues bien, hay quienes dicen que el dolor y la ansiedad al nacer tienen repercusión importante en nuestra vida de adultos. Incluso, hay terapeutas, que tratan de recrear el momento del nacimiento, para dar terapia a sus pacientes.
En tu post, "dibujas" con palabras, lo que pienso yo, es nacer; me ha encantado el estilo y la forma en que narras tal suceso; supongo que nacer es eso, es doloroso y tanto nuestra madre como nosotros, somos una madeja de nervios. Ya después, podremos sentir y elegir una vida plena o maltrecha.
Te mando un fuerte abrazo.
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