Hacía muchos años que no me alteraba tanto por un sismo. Desde 1985 para ser exactos.
Me encontraba plácidamente leyendo cuando comenzó a temblar. En un inicio pensé que sería leve, pero conforme pasaron los segundos (segundos que sentí como eternidades) la intensidad aumentó. La señora de la limpieza, Otelo el perro y yo inmediatamente nos colocamos debajo del marco de la puerta de entrada. No sé que tienen las mujeres de mi alrededor que a veces, en vez de buscar un refugio seguro, se ponen a rezar. Como si la Divina Providencia fuera a evitar que la casa se les cayera encima...
Las líneas telefónicas móviles y fijas rápidamente se bloquearon, la señal de cable y de internet se interrumpió por lo que nos quedamos totalmente incomunicados por unos instantes. El celular, que para maldita cosa sirvió en este caso de emergencia, al menos tenía radio FM por lo que pude escuchar algunos reportes preliminares. Resulta que la colonia en la que me encontraba sí había sufrido algunos daños menores. Ahí fue donde comenzó mi estrés.
Después de casi una hora de lo sucedido, que no lo graba comunicarme con nadie, decidí ir del trabajo a mi casa. Con todo y Otelo. No lo iba a dejar solo, debíamos estar juntos pasara lo que pasara. Al ir caminando por diferentes calles y ver vidrios rotos, ventanas de edificios colapsadas, ladrillos caídos y hasta un sillón que cayó de alguna parte, me alteré demasiado. Ya no sabía si me sentía mareada por no haber desayunado, por el susto o porque estaba temblando de nuevo. El caso es que tuve que detenerme en una banca, sentarme y tratar de calmarme.
Mientras trataba de recomponerme, pensaba que si eso había ocurrido ahí, cómo estaría mi casa. Imaginaba que mi pinche departamento de interés social hecho de galletas marías ya estaría completamente colapsado y que tendría que sacar de entre los escombros a mis niñas. Se me revolvió el estómago y hubiera vomitado de no ser porque no traía más que una vaso de jugo de manzana en la panza. Me urgió más el llegar de inmediato a mi casa. No conseguí ningún taxi. Entonces en Metrobús, ni modo. Aunque ya en la estación el poli buena onda me dejó pasar con todo y perro, el anden estaba saturado. No pasaba ningún vehículo. Vi con más detalle la calle a mi alrededor y no había semáforos, por lo tanto,todo era un caos.
Abandoné la estación y decidí ir caminado. Mi trabajo no está lejos de mi casa, por lo que llegué en relativamente poco tiempo.
La Ciudad de México en su totalidad era un caos. No había telefonía celular, todo mundo estaba en las calles resguardandose de las réplicas. No había semáforos, los policías dirigían el tráfico como podían, la gente estaba alterada (empezando por mí), la avenida Reforma llena de evacuados de las oficinas de los alrededores... y yo pensando lo peor.
A final de cuentas, llegué a mi casa y todo estaba en orden, mis niñas (mis gatitas) estaban bien, el departamento estaba completo, no había pasado nada excepto que no había luz ni teléfono. Afortunadamente, no pasó del susto.
Eso sí, mi gastritis, a toda madre a pesar de los antiácidos. Demasiadas impresiones para un sólo día.
20 de marzo de 2012
El recuento de los daños
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1 comentario:
Si... estuvo muy fuerte. Y los que vivimos el del 85, (aunque yo no estaba en el DF), creo que alucinamos más...
Besos y que bueno que estás (están) bien!
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